¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!

En una aldea vivía un granjero muy sabio que compartía una pequeña casa con su hijo. Un buen día, al ir al establo a dar de comer al único caballo que tenían, el chico descubrió que se había escapado. La noticia corrió por todo el pueblo. Tanto es así, que los habitantes enseguida acudieron a ver al granjero. Y con el rostro triste y apenado, le dijeron: «¡Qué mala suerte habéis tenido, para un caballo que poseíais y se os ha marchado!». Y el hombre, sin perder la compostura, simplemente respondió: «Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?».

Unos días después, el hijo del granjero se quedó sorprendido al ver a dos caballos pastando enfrente de la puerta del establo. Por lo visto, el animal había regresado en compañía de otro, de aspecto fiero y salvaje. Cuando los vecinos se enteraron de lo que había sucedido, no tardaron demasiado en volver a la casa del granjero. Sonrientes y contentos, le comentaron: «¡Qué buena suerte habéis tenido. No solo habéis recuperado a vuestro caballo, sino que ahora, además, poseéis uno nuevo!». Y el hombre, tranquilo y sereno, les contestó: «Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?».

Solo veinticuatro horas más tarde, padre e hijo salieron a cabalgar juntos. De pronto, el caballo de aspecto fiero y salvaje empezó a dar saltos, provocando que el chaval se cayera al suelo. Y lo hizo de tal manera que se rompió las dos piernas. Al enterarse del incidente, la gente del pueblo fue corriendo a visitar al granjero. Y una vez en su casa, de nuevo con el rostro triste y apenado, le dijeron: «¡Qué mala suerte habéis tenido. El nuevo caballo está gafado y maldito. Pobrecillo tu hijo, que no va a poder caminar durante unos cuantos meses!». Y el hombre, sin perder la compostura, volvió a responderles: «Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?».

Tres semanas después, el país entró en guerra. Y todos los jóvenes de la aldea fueron obligados a alistarse. Todos, salvo el hijo del granjero, que al haberse roto las dos piernas debía permanecer reposando en cama. Por este motivo, los habitantes del pueblo acudieron en masa a casa del granjero. Y una vez más le dijeron: «¡Qué buena suerte habéis tenido. Si no se os hubiera escapado vuestro caballo, no habríais encontrado al otro caballo salvaje. Y si no fuera por este, tu hijo ahora no estaría herido. Es increíble lo afortunados que sois. Al haberse roto las dos piernas, tu muchacho se ha librado de ir a la guerra!». Y el hombre, completamente tranquilo y sereno, les contestó: «Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?».

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La primera vez que escuché este cuento fue a través de Álex Rovira, al que tuve la suerte de entrevistar mientras trabajaba para el Open Your Mind 2014. Es una historia que invita a reflexionar sobre cómo vemos (nosotros y el resto) las cosas que nos suceden en la vida, de una forma que, en muchos casos (¿en la mayoría de los casos?) es parcial y limitada. Sólo el tiempo y los acontecimientos futuros nos permiten alcanzar una perspectiva más amplia y global, quizás también más correcta.

«No es que las cosas se arreglen con el tiempo, si no que con el tiempo las cosas terminan por hacerse, y se ven desde otra perspectiva» (RH)

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